18/9/12
Prólogo
Los días pasan cada vez más rápido. Llevo puesto un reloj de pulsera que no funciona, para relajarme y ver que no pasa el tiempo por muy ilógico que resulte. Estoy sentada en el último asiento de un autobús que me lleva a clase. El conductor pega un frenazo. Mi mochila se estampa contra el suelo provocando un ruido alarmante y un océano de miradas clavadas en mi yo externo. Mi yo externo. Siempre he pensado que la gente tiene una visión de mí muy diferente a la que yo tengo sobre mí misma. También he de decir que todos nos vemos de una forma distinta a la que en realidad somos. Pero por una vez, estoy 100% segura de que la gente no ve cómo soy por fuera realmente. Algo vibra en mi mano. Es mi móvil, interrumpiendo como de costumbre mis pensamientos. Desbloqueo la pantalla con la contraseña que le puse hace algún tiempo, como método anti-cotillas. Es él. Me da los buenos días y me pregunta si volví a tener la misma pesadilla de cada noche desde hace ya más de medio año. Siempre me lo pregunta. Creo que tiene la esperanza de que gracias a él, la pesadilla desaparezca. Jum. Imposible. Totalmente imposible. Nadie podrá despejar la niebla que inunda mi cabeza día tras día, como la humedad que se cuela por mi nariz en las mañanas de invierno. Intento contestarle con amabilidad, aunque no me apetece nada ser agradable con nadie. Alguien se sienta en el asiento de al lado. Intento no mirar, pero es inevitable. Miro sus piernas. Es una chica, joven. Lleva unos shorts vaqueros lo que deja al descubierto unas piernas morenas perfectas. Miro sus pies. Lleva las típicas sandalias veraniegas que llevan todas las chicas de nuestra edad (todas excepto yo) y las uñas pintadas de un rosa palo. Miro un poco más hacia arriba. Lleva una camiseta básica de tirantes gris y una chaquetita vaquera. Va maquillada, pero lo justo y tiene el pelo liso y rubio. Es totalmente perfecta. Tiene un cuerpo envidiable. Ella es todo lo que yo nunca seré. Me miro a mí. Ni punto de comparación. Miro hacia la ventana e intento evitar seguir pensando en ello. Sigo escuchando música, viendo como la gente llega tarde a sus trabajos, como un mendigo extiende el cartón en el que se sentará durante casi todo el día, como un hombre ya algo mayor hace footing bordeando el río de Valencia. Cuando me giro, la chica ya no está, por lo visto se bajó algunas paradas atrás, seguramente en la avenida de Blasco Ibáñez donde están las facultades de Historia, Economia, Medicina, Odontología y algunas más. Dejo mi mochila en el asiento que ha dejado vacío. Giro mi cabeza nuevamente hacia el mundo fuera de ese autobús. Bum. Algo retumba en mi cabeza. Apago el iPod. Bum. No era mi música. Miro a las demás personas del autobús. Nadie parece haberse percatado de ningún ruido excepto el del motor del bus. Bum. Suena muy cerca. Miro mi mochila, el bolsillo pequeño. Lo abro. Una barrita de fibra (98) y un zumo de piña y uva (112) me miran desafiantes. He llegado a la UPV, me bajo del bus, me aproximo a la primera papelera que encuentro y tiro ambas cosas. Otro día más en la vida de Silvia.
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